Aún así, ponte la mascarilla

Aún cuando creas fielmente que el contagio se da solo si tus defensas emocionales se desajustan. Aún así. Ponte la mascarilla, tú no conoces la creencia de los demás, ni lo que provocará en ellos verte sin ella.

Aún cuando creas que eres saludable lo suficiente para que, en caso de tener el contagio, tu organismo pueda hacerle frente. Aún así. Ponte la mascarilla, tú no conoces el estado de salud de las demás personas, ni si su organismo pudiera hacerle frente a una enfermedad.

Aún cuando creas que solo aquellos que trabajan en espacios de riesgo corren peligro de contagio y tengas la certeza de que solo convives con los tuyos. Aún así. Ponte la mascarilla, en verdad en un mundo tan interconectado como el nuestro, todos, en algún momento, coincidimos con todos.

Aún cuando creas que ya ha sido tiempo suficiente para mantener el resguardo y es momento de regresar a la normalidad. Aún así. Ponte la mascarilla, porque lo cierto es que seguimos sin tener una vacuna y no tenemos siquiera, una idea ciento por ciento aplicable en todos los casos, sobre cómo maniobrar con éxito ante síntomas y complicaciones.

Aún cuando te parezca que es una manifestación de amor familiar, convivir sin distancia y sin protección. Aún así. Ponte la mascarilla, no conoces el estado de vulnerabilidad de las demás personas, incluso aunque sean tus propios hijos. Desconoces si hay un antecedente que active fuertemente al virus o si alguien, o tú mismo, tengan una condición invisible en el organismo que lo potencie.

Aún cuando creas que tu estado de equilibrio personal y conexión con el bienestar te pudieran ayudar a manejar de manera óptima un contagio. Aún así. Ponte la mascarilla, tú no conoces el estado anímico, emocional ni relacional que sortean los otros ni como gestionarían un diagnóstico de contagio.

Aún cuando llegaras a contagiarte es probable que tus posibilidades y recursos solventen las necesidades médicas y clínicas de manera formidable. Aún así. Ponte la mascarilla, tú no conoces la economía de los demás, ni si adquirir medicamentos y pagar servicios médicos, ponga en riesgo el plato de sopa sobre su mesa.

Aún cuando creas que esto es algo que ha sido sacado de proporción y que no hay motivos para vivir sobre reaccionando a lo que sucede. Aún así. Ponte la mascarilla, para que exista un relato congruente entre lo que les enseñamos a los niños y lo que hacemos los adultos.

Aún cuando creas que lo que haces tú o lo que hacen los demás, son necesarios para mantener la vida en movimiento, la economía en marcha. Aún así. Ponte la mascarilla, porque hay cientos de miles de personas del personal médico, de enfermería, de laboratorios y de asistencia hospitalaria, que no ven el día en que puedan descansar de esta pandemia y de poder volver a los suyos.

Aún cuando seas de los que piensa que igual todos nos vamos a morir de algo. Aún así. Ponte la mascarilla, porque es muy probable que el tiempo de morirse del otro, o la forma de hacerlo, no tenga nada que ver con tus ideas sobre el tema.

Es comprensible que la vida no pueda detenerse. De hecho, aún en esta pausa no lo ha hecho. La vida sigue. Solo es cuestión de que mientras encontramos una nueva manera para acceder a ella, comprendamos que jamás está de más, ponernos la mascarilla.

Cuando te sientas ridículo, exagerado por usarla, piensa en esto:

El mundo necesita amor y compasión, esta es una manera de ser amoroso, compasivo, cuidador y respetuoso de la vida de los demás.

Esa es la verdadera luz del equilibrio.

Cuando somos capaces de poner el bienestar colectivo a la misma altura de importancia que nuestro propio bienestar y nuestros propios deseos.

Con amor,

Soy Plan C