¿Qué es lo que nos empuja adictivamente a sentirnos con el derecho de tomar la vida privada de alguien y desmenuzarla públicamente y sin compasión?
Actualmente, para opinar en redes sociales sobre la vida de los demás solo se necesitan dos ingredientes:
1. Percibirnos a nosotros mismos como seres superiormente morales sobre aquellos de quienes opinamos.
2. Ignorar que el algoritmo es una máquina de aprobación mutua que nos une con aquellos a quienes nos parecemos y que impulsarán junto con nosotras la controversia y nos hará aliarnos en contra de aquellos que aparezcan con una postura distinta para generar más tráfico.
El deporte de la Humillación Pública se ha vuelto tan frecuente, tan popular y tan económicamente rentable que está a punto de normalizarse con todos nosotros como testigos.
Sentir que tenemos la razón es adictivo. Ganar para tener la razón es adictivo.
Lo que sucede es que cuando encontramos a alguien que valida nuestra opinión y se nos une en nuestra lapidación digital, es una sensación tan gratificante, que como cualquier otra droga, nos hace hace querer más; entonces, opinamos más, generamos más discusión o en su defecto, esperamos con ansias que alguien más “se salga de nuestra cartilla moral” para comenzar el ciclo del juicio nuevamente.
En sus inicios, el internet era un lugar donde se leía información. Más tarde, ese sitio fue mutando y comenzó la era de la interactividad, donde con los recién estrenados foros y blogs ahora se permitía al consumidor de contenido, emitir sus propias reflexiones. Pero sin duda, han sido las redes sociales las que han permitido el mayor tránsito de discusión y polémica sobre un tema específico.
En 2004 nació Facebook y en 2006 nacieron Youtube y Twitter (ahora X) lugares donde al principio, si revisamos nuestros propias líneas del tiempo, podemos constatar que éramos bastante prudentes, empáticos y hasta constructivos diría yo.
Sin embargo, de a poco, fuimos encontrando los argumentos necesarios para ser más cínicos, más crueles y absolutamente más destructivos.
Pero para poder destruir, primero tuvimos que deshumanizar a las personas que herimos, porque como diría Jon Ronson, autor del extraordinario libro So You’ve Been Publicly Shamed, “Queremos destruir a la gente, pero no sentirnos mal por ello. Así que le buscamos todos los errores al “culpable” mientras armamos bien nuestros argumentos antes de convertirnos en jueces, en verdugos. Ya listos, nos sentimos con poder, con superioridad moral y aún viendo a la persona en el suelo, seguimos pateándola y auto-felicitándonos por destruirla”.
Encuentro bastante interesante lo que uno puede reflexionar después de leer a Ronson, personalmente creo que aunque de origen todos tengamos la probable buena intención de querer demostrar que nos importa probar un punto, o conseguir justicia social para quien según nosotros ha quedado en desventaja, nos torcemos en un punto, al grado de que para defender nuestras hipótesis, agredimos a la contraparte hasta vulnerarle. Lo que nos convierte en violentadores tan deleznables y cuestionables como aquello que repudiamos.
¿Es necesario destrozar para probar un punto?
Lo pregunto porque pareciera que olvidamos que estamos hablando de personas, seres humanos con distintas esferas y dimensiones, quienes ya sean figuras públicas o sean personas privadas que se han hecho públicas por algún asunto que ha trascendido hasta convertirse en un Trending Topic, seguimos ignorando por lo que atraviesan, porque tal y como lo menciona Mónica Lewinsky en su TEDTalk: “la gente opina sin consentimiento, sin contexto y sin compasión”.
Mónica Lewinsky es un caso para recordar y para estudiar sobre lo que suponemos como “nuestro derecho” a opinar en internet. Ella misma se autodenomina la “paciente cero” en perder su reputación personal a escala global de manera masiva e instantánea.
Y aunque en 1998 aún no existían las redes sociales que sirvieran como escenario para la lapidación descomunal, los medios tradicionales, el correo electrónico y el correo convencional, el acecho de la prensa, TODO, servía para acusarla y agredirla, por haber tenido una aventura con el entonces Presidente Bill Clinton, a quien dicho sea de paso, el escándalo le abonó positivamente a su carrera política, haciéndolo ganar 10 puntos de aprobación durante el tiempo en que Mónica era castigada social y mediáticamente, él alcanzaba el 73% de aprobación, lo que lo llevaba a convertirse en el mandatario con mayor aceptación en toda la historia de Estados Unidos. Esta discrepancia daría para otro análisis, ¿no les parece?.
El caso Clinton-Lewinsky fue inédito de muchas formas, ya que inauguró la fuerza de los medios digitales, el 17 de enero de 1998, Drudge Report hizo público antes que cualquier otro medio, la nota del affair del entonces presidente con su becaria, que tomó tal notoriedad, porque por supuesto, las historias de infidelidad son de las que más encienden opiniones, así que el revuelo era tanto, que el 21 de enero, The Washington Post no tuvo más remedio que llevar la noticia a sus planas.
Lewinsky menciona algo en su charla TED que debería al menos resonarnos, ella dice que durante mucho tiempo, su madre le pedía que se bañara con la puerta abierta, ya que temía que la humillación pública que estaba recibiendo literalmente la matara. Es decir, que sus padres temían que las opiniones masivas sobre ella, la hicieran tomar la decisión de suicidarse.
Rescato esta parte porque en verdad valdría la pena preguntarnos si hemos considerado que nuestras palabras puedan conseguir tal magnitud de daño en una persona que en realidad desconocemos si tiene o no, las herramientas para gestionar tal cantidad de odio o de opiniones odiosas.
¿Por qué sentimos esa Imperia necesidad de crear Héroes y Villanos?
¿En verdad somos tan elementales que creemos que la vida de las personas es solo de blancos y negros? ¿En realidad solo pueden ser las víctimas o los victimarios? ¿No pueden ser solo personas que van sorteando sus errores y sus deseos? Y lo más importante: ¿por qué gastamos tanta de nuestra energía en opinar sobre la vida de los demás? ¿por qué ciertos temas nos orillan a hacer una catarsis personal?
Bueno, le cuento que mientras usted se apasiona sobre la vida de Belinda, Nodal, Cazzu o Ángela Aguilar, mientras usted defiende a un partido o a un político, mientras usted se enfrasca en el próximo escándalo y googlea sobre ello para tener mejor información y linchar más a gusto, mientras, digamos, usted inocentemente solo “ se entretiene y pasa el tiempo”, usted le hace ganar millones de dólares a Internet y a todo su sistema.
El caso de Justine Sacco, por ejemplo, alguien que fue humillada públicamente en 2013 vía Twitter, provocó que su nombre pasara de ser buscado en la red de 40 veces al mes por cuestiones laborales, a ser buscado 1,200,000 veces en tan solo los 10 días que estuvo vigente su linchamiento en redes. La aniquilación pública de Justine le dejó ganancias aproximadas al buscador, por aproximadamente 468,000 dólares.
Eso sin mencionar las ganancias de otros sitios, e incluso, la publicidad que algunas marcas hicieron a costillas de su caso.
Nos convendría a todos hacer un alto y repensar el uso que hacemos de los espacios de expresión. De lo que hacemos con las herramientas y la tecnología. De lo que hacemos con nuestro tiempo. De lo que hacemos con nuestras emociones. Y de por qué nos atrae tanto ver las vidas ajenas y opinar de ellas sin consentimiento, sin contexto y sin compasión.
Cynthia García-Galindo
Latina
SoyPlanC.com